viernes, 30 de noviembre de 2018

Insomnio


La vida dura demasiado poco.
No da tiempo a hacer nada. No hay manera 
de reunir los suficientes días
para enterarte de algo. Te levantas, 
abrazas a tu novia, desayunas,
trabajas, comes, duermes, vas al cine,
y ni siquiera tienes un momento 
para leer a Séneca y creerte
que todo tiene arreglo en este mundo.
La vida es un instante. No me explico
por qué esta noche no se acaba nunca.

Insomnio
Luis Alberto de Cuenca

jueves, 29 de noviembre de 2018

Bailarina




Él, navegaba por la vida inmerso en las aguas de su mayoría de edad, cuando ella vino al mundo... 

Baila, baila, baila, bailarina
él siempre espiando tras de una cortina 
ese amor secreto que pretende y que le esquiva
que se escapa como el humo de puntillas. 

Ella paseó por lugares que él ni siquiera imaginó.
Se calentaron bajo los rayos del mismo sol y bebieron de manantiales distintos.
Cada noche se acostaron bajo la misma luna, pero vivieron sueños desiguales.

Baila, baila, baila, bailarina
él siempre espiando tras de una cortina
Baila, baila, baila, baila, baila
baila, baila, baila, bailarinaaa. 


Sus miradas se cruzaron y una inocente chispa de luz bautizó sus destinos.
Y la misma brisa de la mañana acarició sus caras cada amanecer.
Él soñó con cuervos y palomas, ella con libélulas y mariposas.

La vio crecer, convertirse en mujer
desde pequeña estudiando ballet
siempre soñando con ser lo que es
número uno mientras que él
detrás suya siguiendo sus pies
en la penumbra sin dejarse ver

Él la observa pasar y contempla feliz cada esquina que ella bordea.
Sueña con su mirada de diosa encarnada en un bello cuerpo de mujer.
Sueña con pieles de seda envueltas entre las estrellas de la noche.

Por bambalinas asomándose
nunca pudieron sospechar de él
no es que presienta que está en la vejez
que a los cuarenta ya no es tiempo de
lo que incómoda son sus dieciséis
es esa barrera que existe y no ve 


Y Víctor Manuel, cada atardecer, sigue cantando aquella canción a su oído.
Él, escucha la música pensando que ha sido escrita para recitar su vida.
Entonces, busca el reflejo de su amada columpiándose sobre las olas del mar.

No hay un mal gesto que le haga creer
que lo que siente no pueda entender
en sus palabras no existe no existe doblez
pero hay miradas que siempre interpreta bien 

Ella ríe.
Huele a rosas y canela.
No camina, danza de manera sutil sobre suelos de algodón.

Baila, baila, baila, bailarina
él siempre espiando tras de una cortina
ese amor secreto que pretende y que le esquiva
que se escapa como el humo de puntillas 


Él sueña con los ojos abiertos.
Admira cada paso que ella da.
Huele a melancolía y sueños por cumplir.

Baila, baila, baila, bailarina
él siempre espiando tras de una cortina
baila, baila, baila, baila
baila, baila, baila, bailarina. 


Sentados frente a frente, fantasea con sus ojos.
La acaricia con frases colmadas de palabras sinceras.
La ama en la soledad de los silencios rotos.

Pero ocurrió lo que puede pasar
que la ilusión como viene se va
en una moto la viene a buscar
les ve marchar entre un ruido infernal
desesperado se quiso colgar
soltó una cuerda y saltó del telar
ella bailaba le vio aterrizar
y fue a llevarle bombones al hospital 

Ella, se deja querer y vuela entre las nubes blanquecinas de su propia libertad.
Juega a juegos que él nunca sabrá jugar.
Duermen en la misma noche en distintos sueños de irrealidad.

Baila, baila, baila, bailarina
él siempre espiando tras de una cortina
ese amor secreto que pretende y que le esquiva
que se escapa como el humo de puntillas

Él y ella
Sombra y luz.

Ella y él
Mar y arena.

Unidos siempre
Alejados para siempre.

La trama Jorgiana




martes, 27 de noviembre de 2018

La realidad y su reflejo



Abro la ventana y a la derecha, sobre el alféizar rodeado por un soporte blanco de metal decorado con adornos de arabesco, está mi bonsái. Un bonsái bien crecido, que nada tiene que ver con las delicadas plantas de proporciones medidas por el ojo crítico de los puristas. Éste, es un bonsái del norte. De hecho, no sé por qué lo llaman así, porque de pequeño poco tiene.
Ha resistido mil envites climatológicos, e incluso los períodos más problemáticos: las vacaciones de verano. Cuando me marcho, se queda en la ventana, porque una planta no es como un perro o un gato, que dejas al cuidado de un familiar o un amigo; no es que no le de importancia a mi bonsái, es que pienso que los demás no se la darían tanto como yo.  Por ello, siempre confío en que durante mi ausencia llueva lo suficiente como para no achicharrarse demasiado. Y hasta ahora esa dinámica me ha funcionado. 

Pero en realidad, este bonsái es una excusa para asomarme al mundo exterior cada vez que cumplo el ritual de riego diario. La vida de ciudad es sin duda estresante, pesada e incluso agobiante, pero ofrece a cambio otros grandes entretenimientos a personas que, como yo, gustan de observar a su alrededor.
Las ventanas de los edificios adyacentes son una muestra de ello. Yo, que disfruto con los pequeños detalles de la vida cotidiana, no he podido sustraerme a la tentación de curiosear de vez en cuando los movimientos de los balcones enfrente de mi casa. 
He podido comprobar que se trata de pisos en alquiler, porque cambian con frecuencia sus habitantes. Normalmente, parejas jóvenes con mobiliario de Ikea y estores japoneses, que un buen día aparecen fumando en la cocina, y unos meses más tarde, desaparecen tras una mudanza llena de cajas de cartón y papeles en la ventana.
Me gusta pensar que se marchan a un piso más grande, que quizás han comprado porque han mejorado fortuna. Soy así de bien pensante, u optimista. O ingenua. 
¡Yo qué sé, ya tendré tiempo de pensar mal en otras cosas!

La cuestión es que, en los últimos tiempos, a través de mi observatorio vegetal, he conocido a una nueva pareja, esta vez dos hombres, que se han mudado hace unos meses al piso de la fachada de enfrente, a la misma altura del mío, y que han seguido más o menos el mismo procedimiento que sus antecesores. Muebles modulares, una televisión panorámica y un sofá de vivos colores, hasta ahí todo lo habitual. 
Pero con el tiempo he descubierto algo más, algo que no había visto nunca hasta ahora. Uno de ellos (mediana estatura, perilla recortada) pinta cuadros. No sé si es su oficio o si sencillamente es una afición. Lo cierto es que cada día, desde por la mañana, abre las cortinas y, a la luz que penetra a duras penas desde el norte, trabaja sobre lienzos que luego amontona en fila junto a la ventana. 
“¿Qué pintará?”,me pregunté la primera vez. 
Podía imaginarme cualquier cosa, porque tan solo veo la parte trasera de los lienzos, en color marrón enmarcado en blanco.
“Quizá sean paisajes, o bodegones… ¿quién sabe? Igual yo estoy pensando todo esto, y simplemente hace pintura abstracta.”
Mi bonsái se limita a agitar sus hojas verdes y erguidas al compás de una ráfaga de aire que cruza la calle, llevándose con él mis pensamientos.
En cualquier caso, está claro que al menos este hombre hace algo distinto al resto del vecindario, que sólo se asoma a la ventana a fumar o a hablar por el móvil.

Estos días pasados, lo he visto, como siempre, pintando. De vez en cuando me parecía verle mirar hacia mi ventana. Pensará que estoy fisgando, y en mi caso, no tengo la excusa de James Stewart en la película ‘La ventana indiscreta’. Yo sólo tengo mi planta.

Hoy he seguido mi liturgia habitual al llegar a casa del trabajo: abrir la ventana, y regar con cuidado a mi protegido, girándolo un poco para que reciba luz por otro lateral. 
Al volver la mirada hacia las ventanas de enfrente, mi sorpresa inicial no impide que a mi cara asome una sonrisa ante lo que veo.

Ya sé qué era lo que pintaba en estos últimos días. 
Sobre el caballete, esta vez orientado hacia fuera, la pintura representa una ventana con una planta en el alféizar, rodeado por un soporte blanco de metal decorado con adornos de arabesco. Y la planta, sin duda, es mi bonsái, verde, espigado y lleno de vida.
Está claro que a mi vecino también le gusta mirar a su alrededor.

La trama Jorgiana

jueves, 15 de noviembre de 2018

Retazos de un momento


Noches de oscuridad
Sombras alargadas
Soledad que asola el alma

Paredes que a todos dejan fuera
Olores que anidan recuerdos
Voces perdidas en el viento

¿Quién eres?
¿Quién soy?
¿Quiénes somos?

Te busco
No estás
Un temor de intensidad moderada doblega mi espíritu 

¿Cuándo dejas de ser culpable?
¿Cuándo se acaba?
Nunca

No
Nunca se acaba
Jamás dejas de sentirte culpable

Y llega hasta tu espíritu ese temor de media intensidad
No estás
Y te busco

¿Qué fuimos?
¿Qué soy?
¿Qué eres?

Eres voces perdidas en el viento
Sólo soy un aroma que anida recuerdos
Fuimos paredes que a todos dejaron fuera

Y ahora llegan los momentos de soledad
Sombras alargadas que se proyectan en la pared
Noches de oscuridad que buscan un nuevo amanecer

La trama Jorgiana

martes, 6 de noviembre de 2018

El hechizo de la luz


La muchacha describe con una sonrisa abierta las cualidades del producto, lo hace con un entusiasmo cuidadosamente estudiado, a juego con ese guiño que de seguro sabe encantador, y un tono de voz suave y dulce, como el canto de un pájaro. 
“¿Qué producto?”se pregunta Juan. 
Porque debe confesarse a sí mismo que no tiene ni idea. A esa pregunta que de pronto asalta su mente, sigue una rápida mirada hacia las manos de la chica, que le ofrece un vaso de café recién hecho. 
“Café, cápsulas de café”, se responde mentalmente. Ni siquiera ese delicioso olor tostado que flota en el aire le ha dado la pista de lo que se estaba preguntando, pese a que le encanta el aroma del café. 
Sostiene entre los dedos el vasito de plástico humeante, y da gracias mentalmente a la Providencia por tal circunstancia, porque, desde que tiene uso de razón, nunca ha sabido qué hacer con las manos. Para él, son apenas dos apéndices dotados de vida propia que no encuentran acomodo natural, salvo en los bolsillos de los pantalones, en los que viven una tranquilidad relativa. Y si la escena se produce es frente a una chica guapa, se multiplican hasta simular una estatua de Shiva de tamaño natural.

No puede separar la vista de ella. Un observador ajeno a la historia podría decir que parece una mariposa embelesada ante una luz envolvente, que no sabe ni quiere explicarse la razón de su atracción.
Lo único que sabe Juan es que ha llegado allí huyendo de su soledad apenas compensada por su trabajo y sus obligaciones. Y como esa compañía no satisface en modo alguno sus inquietudes, cuando sale de trabajar, para mitigar esa sensación, suele entrar en un centro comercial cercano a su oficina a dar un paseo. 

“Allí al menos hay gente. Gente desconocida, que viene y va, que apenas te mira, pero hay movimiento. Hay vida. Y eso es mucho más de lo que tengo en casa, que es nada”, piensa, mientras un halo de nostalgia recorre sus pupilas.

Tan nada como que ni las plantas sobreviven en sus macetas. Si no, que se lo digan al ficus que se compró hace tan sólo unas semanas, y que ha desplegado sus hojas secas por todas partes, dejando en su lugar un ensayo de otoño de bosque centenario, pero puertas adentro de su casa.
Su familia se ríe ante estos detalles. 
Juan no tanto. 
Al menos cuando está a solas consigo mismo. O cuando pasea como un transeúnte más entre la multitud a la que siente que pertenece. Esa breve rutina y la sensación de convivir, aunque sea de manera temporal e incidental con la gente con la que se cruza, le infunde esperanzas en la humanidad de un modo que no sabría cómo explicar si le hubieran preguntado. 
Pero lo cierto es que aquel paseo, aquella efímera coincidencia con otros seres vivos, quizás tan solitarios como él, de algún modo le hace feliz.
Como ahora mismo, allí, con el café que acaba de darle…
“¿Cómo se llamará?”, se pregunta, un tanto confundido. 
Sus ojos buscan alguna identificación en el uniforme neutral de la azafata, que viste con corrección ausente de estridencias. 
No lo encuentra.
“Debo buscarle un nombre. Que sea bonito, que la represente. Un nombre a cuya evocación traiga su imagen a mi memoria”. Una sonrisa asoma a su cara, le hace gracia su propia ocurrencia.

Mientras piensa eso, se da cuenta de que no puede alargar más el momento sin caer en el ridículo. Ya no queda nada más que hablar, que no sea superficial o repetitivo. Así que se aleja con una sonrisa dirigida a sus pensamientos y a la chica.
“Es luz, es vida… ¡Ya está! La llamaré Lucía”, se responde súbitamente alborozado con su resolución, que le parece perfecta. 
Esa agradable sensación le acompaña en sus pasos hacia la salida del comercio, mientras toma de manera distraída el café a sorbos cortos.

Lo que él no sabe, es que Lucía, que es como efectivamente se llama la chica, recoge los vasos vacíos de los cafés que ha servido en los últimos instantes pensando en el hombre que acaba de marcharse. 
“Me ha parecido simpático, aunque no ha hablado gran cosa mientras le hablaba del café y se lo preparaba.”Sonríe con picardía a su siguiente pensamiento.
“Técnicamente, ha tomado un café conmigo.” 

Lástima que hoy sea su último día en el centro comercial. Cuando acabe el turno, tendrá que recoger sus cosas, y seguramente le asignarán otro córner de promoción en la empresa para la que trabaja. 
¿Quién sabe? A lo mejor en su próximo destino le toca presentar un batido, un queso, o Dios no lo quiera, salchichas. ¡Qué tópico más espantoso! La azafata con la bandeja de salchichas pinchadas por un palillo de madera. 
“Espero que no sea eso, pero si lo es… bueno, habrá que armarse de valor”,se dice, mientras se encoge de hombros y ofrece acto seguido un vaso de café al siguiente caballero que se cruza frente al stand.

Lo cierto es que Juan no la volverá a ver… al menos en ese centro comercial.


La trama Jorgiana