- “La cuesta de enero” - Se escucha decir sin pensar.
Sí, es una expresión acuñada para esos menesteres que todos manejamos con mucha naturalidad. Expresión que apenas se ve mitigada por el sustantivo “rebajas.”
Estoy segura de que tú también la has sufrido ¿verdad?
Pero... ¿te has fijado que nadie habla de febrero?
Quizás porque nadie quiere ni siquiera referirse a él. Adjetivado por sus engañosos 28 días, a salvo de bisiestos, parece pasar sin pena ni gloria, pero es el verdadero mes malo. Él es el verdadero representante del Pantone gris.
Él es la oscuridad.
Parece que todo se pone a girar en esta habitación.
Tomo aire para armarme de paciencia y recreándome en mis pensamientos niego con la cabeza.
Esa misma oscuridad que se asoma por la ventana del 31 de enero, mientras reviso las cuentas domésticas. “Cuesta la cuesta”, decía mi abuela, que en paz descanse, y a mí me cuesta hasta sostener el lápiz, punteando una vez más las cifras que no soy capaz de cuadrar.
Para animarme, me engaño haciéndome creer que soy la Contable Real de Palacio, y que manejo el presupuesto del Reino… hasta que el saldo temblón de las tarjetas de crédito me devuelve al escenario real, donde reino sin corona ni manto de armiño, sólo una gastada bata de peluche para combatir el frío.
Tomo una galleta de chocolate entre los dedos y le doy el primer mordisco, pero por alguna razón que desconozco, siento el bocado de comida como una traición.
Enarco las cejas y levanto la mirada escéptica sobre el calendario de la pared (Tapicerías Paco, siempre a su servicio desde 1975), y él me ratifica hoy es uno de febrero, y que, con el mes, comenzará la nebulosa de lo indefinido hasta que, marzo y su cambio de horario me devuelva a la esperanza de la primavera.
Dejo la galleta sobre la mesa.
Mantengo la mirada vuelta hacia las sombras. Mis sombras.
“Creo que se acerca un dolor de cabeza”– pienso apesadumbrada.
Mientras tanto, la lluvia del último temporal que nos ha visitado… “Nunca entenderé por qué insisten en llamarlo ciclogénesis explosiva, cuando en realidad es el temporal de toda la vida”, empaña el cristal de la ventana… “¡Qué tristeza fue enero! Y ahora, viene otra noche fría y desapacible de febrero”.
Y en ese momento escucho un leve eco a mi espalda, siento tus dulces manos sobre mis hombros. Manos siempre portadoras del cariño real, con mayúsculas. Percibo ese aroma tuyo tan personal. Siempre hueles a aventura y café.
- ¿Qué haces, cielo? ¿Otra vez a vueltas con los números? -me preguntas, mientras me robas el resto de la galleta.
Te agachas para darme un beso en la sien, es una caricia que sabe a algodón de azúcar y miel.
Y entonces la luz del día se vuelve dorada. Dejo el lápiz rodar por el papel, y me digo sonriendo con los ojos cerrados… “Ven, febrero. Ven, que yo, con él a mi lado… ya lo tengo todo”.
La trama Jorgiana
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