lunes, 17 de diciembre de 2018

Pelea entre titanes


Agua y piedra.
Las olas se debaten con fuerza hasta romperse en mil pedazos al estrellarse contra el acantilado.
Piedra y agua. Pelea de titanes.

La roca, imponente, aguanta cada embestida del mar con arrogancia imperturbable. El agua, débil, se fragmenta y vuelve a renacer sobre sus lágrimas saladas, para empujar con renovada fuerza de forma obstinada.
Una y otra vez.
Incansable.

Firmeza contra ductilidad.
Flexibilidad contra rigidez.
¿Quien crees que vencerá?

Yo creo que ganará la flexibilidad, por su capacidad para adaptarse.
La rigidez desgasta, erosiona y destruye.
La flexibilidad moldea y permite volver a reconstruirse sobre los propios restos.

Qué simple. 
Qué difícil.

El paso del tiempo nos demuestra que el mar se erige siempre como vencedor, derruye la piedra con sus besos de calmada humedad. Con su conocido mal humor acepta dejarse partir en mil pedazos en cada acometida a cambio de avanzar un paso más, aunque sea imperceptible. 
La roca se desgasta.
La piedra se consume. 
Y, sin embargo, el mar permanece siempre ahí. 
Suave. 
Irreductible. 
Fuerte. 
Devastador.

Pelea de titanes.
Piedra y agua.
El acantilado aguanta con fuerza la embestida de las olas y consigue romperlas en mil pedazos.
Agua y piedra.
El agua, débil, se fragmenta y vuelve a renacer sobre sus lágrimas saladas.

Y tú, que con cierta sorpresa me lees… ¿eres roca o eres mar?

La trama Jorgiana

jueves, 6 de diciembre de 2018

Azul oscuro casi negro


El tiempo pasa muy deprisa. 
Quizás no tan deprisa como quisiéramos en un momento dado, pero lo cierto es que, cierras los ojos, y sin darte cuenta han pasado los años.
Si no, no me explico por qué, de ser una jovencita que está estudiando en la Facultad, de pronto he pasado a ser una mujer de cuarenta y un años que está en unos grandes almacenes con su marido, escogiendo un traje nuevo para su próximo viaje de negocios.

-               ¿En qué color había pensado el caballero? - pregunta en tono solícito el dependiente, éste es un hombre de edad indeterminada que derrocha amabilidad y educación por los cuatro costados. Su corrección tanto en las maneras, como en su indumentaria, le asemejan a un maniquí viviente. Tengo que mirarle dos veces para asegurarme de que no lo es en realidad, y lo peor de todo es que no me quedo muy convencida.

Fran, mi marido, contesta sin dudar, como si fuera algo muy obvio. 
-               Azul oscuro casi negro.

Por sí misma, la respuesta no significa nada para el común de los mortales. Pero a mí me cae del cielo como un mazazo.

Azul oscuro casi negro… ése era tu color favorito.
Hablo contigo en mi mente, a través de las imágenes que de pronto desfilan ante mis ojos. En ellas, vistes siempre tu traje azul oscuro como si fuera tu segunda piel. Era raro verte con ropa de sport, y las pocas veces que la llevabas incluso parecías otra persona distinta. Era tu seña de identidad.

Sí… Lo vestías cuando te conocí, y también cuando nos despedimos aquella noche de lluvia, en tu coche, tres años después. El príncipe vestido de azul celeste de los inicios se convirtió en azul oscuro casi negro, tan negro como el miedo y la inseguridad, las dudas y la incertidumbre de nunca saber si realmente éramos algo o no éramos nada. Hasta que un día, cuando me dijiste adiós, el trazo de nuestra historia se oscureció definitivamente.
En ese instante, el paisaje al otro lado del parabrisas se desdibujaba en trazos acuosos, acentuados por las lágrimas que empañaban mis ojos. Era también una noche azul oscuro, casi negro, en la que las luces brillaban con tristeza. 
Azul oscuro casi negro… una expresión que nunca llegó a formarse verbalmente en mi cabeza, pero que lo define todo a la perfección.

-               ¿Qué le parece?
La voz del dependiente me sorprende, devolviéndome a la realidad del momento. Mientras habla, presenta ante nosotros un traje colgado de una percha, mientras resuenan los envoltorios transparentes que crujen al ser retirados.
-               Justo lo que buscaba – dice Fran, y me mira, en busca de mi opinión.

Sí, el tiempo pasa muy deprisa. Afortunadamente.
Tanto, que la jovencita que se bajó de tu coche llorando bajo la lluvia, regresa al presente para responder exactamente lo mismo que dijo entonces, palabra por palabra
-       De acuerdo, si eso es lo que quieres.

Ni Fran ni el dependiente me entienden, lo sé. No adivinan que te respondo una vez más en mi memoria, al recrear al momento como si se tratara de la escena de una película que ves una y otra vez, hasta aprenderte cada matiz de su diálogo. 
Ellos hablan del traje.
Y yo también. Pero del tuyo.
La trama Jorgiana

viernes, 30 de noviembre de 2018

Insomnio


La vida dura demasiado poco.
No da tiempo a hacer nada. No hay manera 
de reunir los suficientes días
para enterarte de algo. Te levantas, 
abrazas a tu novia, desayunas,
trabajas, comes, duermes, vas al cine,
y ni siquiera tienes un momento 
para leer a Séneca y creerte
que todo tiene arreglo en este mundo.
La vida es un instante. No me explico
por qué esta noche no se acaba nunca.

Insomnio
Luis Alberto de Cuenca

jueves, 29 de noviembre de 2018

Bailarina




Él, navegaba por la vida inmerso en las aguas de su mayoría de edad, cuando ella vino al mundo... 

Baila, baila, baila, bailarina
él siempre espiando tras de una cortina 
ese amor secreto que pretende y que le esquiva
que se escapa como el humo de puntillas. 

Ella paseó por lugares que él ni siquiera imaginó.
Se calentaron bajo los rayos del mismo sol y bebieron de manantiales distintos.
Cada noche se acostaron bajo la misma luna, pero vivieron sueños desiguales.

Baila, baila, baila, bailarina
él siempre espiando tras de una cortina
Baila, baila, baila, baila, baila
baila, baila, baila, bailarinaaa. 


Sus miradas se cruzaron y una inocente chispa de luz bautizó sus destinos.
Y la misma brisa de la mañana acarició sus caras cada amanecer.
Él soñó con cuervos y palomas, ella con libélulas y mariposas.

La vio crecer, convertirse en mujer
desde pequeña estudiando ballet
siempre soñando con ser lo que es
número uno mientras que él
detrás suya siguiendo sus pies
en la penumbra sin dejarse ver

Él la observa pasar y contempla feliz cada esquina que ella bordea.
Sueña con su mirada de diosa encarnada en un bello cuerpo de mujer.
Sueña con pieles de seda envueltas entre las estrellas de la noche.

Por bambalinas asomándose
nunca pudieron sospechar de él
no es que presienta que está en la vejez
que a los cuarenta ya no es tiempo de
lo que incómoda son sus dieciséis
es esa barrera que existe y no ve 


Y Víctor Manuel, cada atardecer, sigue cantando aquella canción a su oído.
Él, escucha la música pensando que ha sido escrita para recitar su vida.
Entonces, busca el reflejo de su amada columpiándose sobre las olas del mar.

No hay un mal gesto que le haga creer
que lo que siente no pueda entender
en sus palabras no existe no existe doblez
pero hay miradas que siempre interpreta bien 

Ella ríe.
Huele a rosas y canela.
No camina, danza de manera sutil sobre suelos de algodón.

Baila, baila, baila, bailarina
él siempre espiando tras de una cortina
ese amor secreto que pretende y que le esquiva
que se escapa como el humo de puntillas 


Él sueña con los ojos abiertos.
Admira cada paso que ella da.
Huele a melancolía y sueños por cumplir.

Baila, baila, baila, bailarina
él siempre espiando tras de una cortina
baila, baila, baila, baila
baila, baila, baila, bailarina. 


Sentados frente a frente, fantasea con sus ojos.
La acaricia con frases colmadas de palabras sinceras.
La ama en la soledad de los silencios rotos.

Pero ocurrió lo que puede pasar
que la ilusión como viene se va
en una moto la viene a buscar
les ve marchar entre un ruido infernal
desesperado se quiso colgar
soltó una cuerda y saltó del telar
ella bailaba le vio aterrizar
y fue a llevarle bombones al hospital 

Ella, se deja querer y vuela entre las nubes blanquecinas de su propia libertad.
Juega a juegos que él nunca sabrá jugar.
Duermen en la misma noche en distintos sueños de irrealidad.

Baila, baila, baila, bailarina
él siempre espiando tras de una cortina
ese amor secreto que pretende y que le esquiva
que se escapa como el humo de puntillas

Él y ella
Sombra y luz.

Ella y él
Mar y arena.

Unidos siempre
Alejados para siempre.

La trama Jorgiana




martes, 27 de noviembre de 2018

La realidad y su reflejo



Abro la ventana y a la derecha, sobre el alféizar rodeado por un soporte blanco de metal decorado con adornos de arabesco, está mi bonsái. Un bonsái bien crecido, que nada tiene que ver con las delicadas plantas de proporciones medidas por el ojo crítico de los puristas. Éste, es un bonsái del norte. De hecho, no sé por qué lo llaman así, porque de pequeño poco tiene.
Ha resistido mil envites climatológicos, e incluso los períodos más problemáticos: las vacaciones de verano. Cuando me marcho, se queda en la ventana, porque una planta no es como un perro o un gato, que dejas al cuidado de un familiar o un amigo; no es que no le de importancia a mi bonsái, es que pienso que los demás no se la darían tanto como yo.  Por ello, siempre confío en que durante mi ausencia llueva lo suficiente como para no achicharrarse demasiado. Y hasta ahora esa dinámica me ha funcionado. 

Pero en realidad, este bonsái es una excusa para asomarme al mundo exterior cada vez que cumplo el ritual de riego diario. La vida de ciudad es sin duda estresante, pesada e incluso agobiante, pero ofrece a cambio otros grandes entretenimientos a personas que, como yo, gustan de observar a su alrededor.
Las ventanas de los edificios adyacentes son una muestra de ello. Yo, que disfruto con los pequeños detalles de la vida cotidiana, no he podido sustraerme a la tentación de curiosear de vez en cuando los movimientos de los balcones enfrente de mi casa. 
He podido comprobar que se trata de pisos en alquiler, porque cambian con frecuencia sus habitantes. Normalmente, parejas jóvenes con mobiliario de Ikea y estores japoneses, que un buen día aparecen fumando en la cocina, y unos meses más tarde, desaparecen tras una mudanza llena de cajas de cartón y papeles en la ventana.
Me gusta pensar que se marchan a un piso más grande, que quizás han comprado porque han mejorado fortuna. Soy así de bien pensante, u optimista. O ingenua. 
¡Yo qué sé, ya tendré tiempo de pensar mal en otras cosas!

La cuestión es que, en los últimos tiempos, a través de mi observatorio vegetal, he conocido a una nueva pareja, esta vez dos hombres, que se han mudado hace unos meses al piso de la fachada de enfrente, a la misma altura del mío, y que han seguido más o menos el mismo procedimiento que sus antecesores. Muebles modulares, una televisión panorámica y un sofá de vivos colores, hasta ahí todo lo habitual. 
Pero con el tiempo he descubierto algo más, algo que no había visto nunca hasta ahora. Uno de ellos (mediana estatura, perilla recortada) pinta cuadros. No sé si es su oficio o si sencillamente es una afición. Lo cierto es que cada día, desde por la mañana, abre las cortinas y, a la luz que penetra a duras penas desde el norte, trabaja sobre lienzos que luego amontona en fila junto a la ventana. 
“¿Qué pintará?”,me pregunté la primera vez. 
Podía imaginarme cualquier cosa, porque tan solo veo la parte trasera de los lienzos, en color marrón enmarcado en blanco.
“Quizá sean paisajes, o bodegones… ¿quién sabe? Igual yo estoy pensando todo esto, y simplemente hace pintura abstracta.”
Mi bonsái se limita a agitar sus hojas verdes y erguidas al compás de una ráfaga de aire que cruza la calle, llevándose con él mis pensamientos.
En cualquier caso, está claro que al menos este hombre hace algo distinto al resto del vecindario, que sólo se asoma a la ventana a fumar o a hablar por el móvil.

Estos días pasados, lo he visto, como siempre, pintando. De vez en cuando me parecía verle mirar hacia mi ventana. Pensará que estoy fisgando, y en mi caso, no tengo la excusa de James Stewart en la película ‘La ventana indiscreta’. Yo sólo tengo mi planta.

Hoy he seguido mi liturgia habitual al llegar a casa del trabajo: abrir la ventana, y regar con cuidado a mi protegido, girándolo un poco para que reciba luz por otro lateral. 
Al volver la mirada hacia las ventanas de enfrente, mi sorpresa inicial no impide que a mi cara asome una sonrisa ante lo que veo.

Ya sé qué era lo que pintaba en estos últimos días. 
Sobre el caballete, esta vez orientado hacia fuera, la pintura representa una ventana con una planta en el alféizar, rodeado por un soporte blanco de metal decorado con adornos de arabesco. Y la planta, sin duda, es mi bonsái, verde, espigado y lleno de vida.
Está claro que a mi vecino también le gusta mirar a su alrededor.

La trama Jorgiana

jueves, 15 de noviembre de 2018

Retazos de un momento


Noches de oscuridad
Sombras alargadas
Soledad que asola el alma

Paredes que a todos dejan fuera
Olores que anidan recuerdos
Voces perdidas en el viento

¿Quién eres?
¿Quién soy?
¿Quiénes somos?

Te busco
No estás
Un temor de intensidad moderada doblega mi espíritu 

¿Cuándo dejas de ser culpable?
¿Cuándo se acaba?
Nunca

No
Nunca se acaba
Jamás dejas de sentirte culpable

Y llega hasta tu espíritu ese temor de media intensidad
No estás
Y te busco

¿Qué fuimos?
¿Qué soy?
¿Qué eres?

Eres voces perdidas en el viento
Sólo soy un aroma que anida recuerdos
Fuimos paredes que a todos dejaron fuera

Y ahora llegan los momentos de soledad
Sombras alargadas que se proyectan en la pared
Noches de oscuridad que buscan un nuevo amanecer

La trama Jorgiana

martes, 6 de noviembre de 2018

El hechizo de la luz


La muchacha describe con una sonrisa abierta las cualidades del producto, lo hace con un entusiasmo cuidadosamente estudiado, a juego con ese guiño que de seguro sabe encantador, y un tono de voz suave y dulce, como el canto de un pájaro. 
“¿Qué producto?”se pregunta Juan. 
Porque debe confesarse a sí mismo que no tiene ni idea. A esa pregunta que de pronto asalta su mente, sigue una rápida mirada hacia las manos de la chica, que le ofrece un vaso de café recién hecho. 
“Café, cápsulas de café”, se responde mentalmente. Ni siquiera ese delicioso olor tostado que flota en el aire le ha dado la pista de lo que se estaba preguntando, pese a que le encanta el aroma del café. 
Sostiene entre los dedos el vasito de plástico humeante, y da gracias mentalmente a la Providencia por tal circunstancia, porque, desde que tiene uso de razón, nunca ha sabido qué hacer con las manos. Para él, son apenas dos apéndices dotados de vida propia que no encuentran acomodo natural, salvo en los bolsillos de los pantalones, en los que viven una tranquilidad relativa. Y si la escena se produce es frente a una chica guapa, se multiplican hasta simular una estatua de Shiva de tamaño natural.

No puede separar la vista de ella. Un observador ajeno a la historia podría decir que parece una mariposa embelesada ante una luz envolvente, que no sabe ni quiere explicarse la razón de su atracción.
Lo único que sabe Juan es que ha llegado allí huyendo de su soledad apenas compensada por su trabajo y sus obligaciones. Y como esa compañía no satisface en modo alguno sus inquietudes, cuando sale de trabajar, para mitigar esa sensación, suele entrar en un centro comercial cercano a su oficina a dar un paseo. 

“Allí al menos hay gente. Gente desconocida, que viene y va, que apenas te mira, pero hay movimiento. Hay vida. Y eso es mucho más de lo que tengo en casa, que es nada”, piensa, mientras un halo de nostalgia recorre sus pupilas.

Tan nada como que ni las plantas sobreviven en sus macetas. Si no, que se lo digan al ficus que se compró hace tan sólo unas semanas, y que ha desplegado sus hojas secas por todas partes, dejando en su lugar un ensayo de otoño de bosque centenario, pero puertas adentro de su casa.
Su familia se ríe ante estos detalles. 
Juan no tanto. 
Al menos cuando está a solas consigo mismo. O cuando pasea como un transeúnte más entre la multitud a la que siente que pertenece. Esa breve rutina y la sensación de convivir, aunque sea de manera temporal e incidental con la gente con la que se cruza, le infunde esperanzas en la humanidad de un modo que no sabría cómo explicar si le hubieran preguntado. 
Pero lo cierto es que aquel paseo, aquella efímera coincidencia con otros seres vivos, quizás tan solitarios como él, de algún modo le hace feliz.
Como ahora mismo, allí, con el café que acaba de darle…
“¿Cómo se llamará?”, se pregunta, un tanto confundido. 
Sus ojos buscan alguna identificación en el uniforme neutral de la azafata, que viste con corrección ausente de estridencias. 
No lo encuentra.
“Debo buscarle un nombre. Que sea bonito, que la represente. Un nombre a cuya evocación traiga su imagen a mi memoria”. Una sonrisa asoma a su cara, le hace gracia su propia ocurrencia.

Mientras piensa eso, se da cuenta de que no puede alargar más el momento sin caer en el ridículo. Ya no queda nada más que hablar, que no sea superficial o repetitivo. Así que se aleja con una sonrisa dirigida a sus pensamientos y a la chica.
“Es luz, es vida… ¡Ya está! La llamaré Lucía”, se responde súbitamente alborozado con su resolución, que le parece perfecta. 
Esa agradable sensación le acompaña en sus pasos hacia la salida del comercio, mientras toma de manera distraída el café a sorbos cortos.

Lo que él no sabe, es que Lucía, que es como efectivamente se llama la chica, recoge los vasos vacíos de los cafés que ha servido en los últimos instantes pensando en el hombre que acaba de marcharse. 
“Me ha parecido simpático, aunque no ha hablado gran cosa mientras le hablaba del café y se lo preparaba.”Sonríe con picardía a su siguiente pensamiento.
“Técnicamente, ha tomado un café conmigo.” 

Lástima que hoy sea su último día en el centro comercial. Cuando acabe el turno, tendrá que recoger sus cosas, y seguramente le asignarán otro córner de promoción en la empresa para la que trabaja. 
¿Quién sabe? A lo mejor en su próximo destino le toca presentar un batido, un queso, o Dios no lo quiera, salchichas. ¡Qué tópico más espantoso! La azafata con la bandeja de salchichas pinchadas por un palillo de madera. 
“Espero que no sea eso, pero si lo es… bueno, habrá que armarse de valor”,se dice, mientras se encoge de hombros y ofrece acto seguido un vaso de café al siguiente caballero que se cruza frente al stand.

Lo cierto es que Juan no la volverá a ver… al menos en ese centro comercial.


La trama Jorgiana

miércoles, 24 de octubre de 2018

La llama de Marlén


Marlén hoy se siente pensativa y sombría, por ello desea contarte lo que mora en su mente.
Sé que tú tal vez no dispones de tiempo suficiente o, simplemente no sientes ganas de escuchar lo que se agita en sus entrañas. 
Es lógico. 
¿A quién le tienta escuchar la historia de los demás?
Aunque… pensándolo bien. ¡Qué curioso! Sus problemas tal vez no son muy desiguales de los tuyos.
Da igual… A quién le importa ¿verdad?
Pero para ella sí será importante que la escuches. Será una pequeña terapia. 
Un espejo en el qué reflejarse, y quizás en el que tú también descubras una imagen nueva.
Por si quieres saber te diré que…

Ella hoy se aísla de todo y de todos, va en busca de una obligada soledad. Necesita esconderse y allí buscar un refugio.
Su refugio. 
Precisa aislarse del mundanal barullo exterior, ya que su propio ruido interior, en este instante, resulta atronador para sus sentidos.

Lo encuentra. 
Éste es un habitáculo pequeño, construido con maderas nobles y tela de saco.
Acomoda en su terminal móvil una melodía que endulza el ambiente. Es música de los ochenta, y ella en este momento, anhela aquellos recuerdos de perdida juventud. Siente que la melancolía casa bien con la nostalgia, y las canciones de su recuerdo la transportan a tiempos que ahora se le antojan más felices.
Toma aire. Este huele a humedad y hojas secas. Se da cuenta que, en el intento, apenas ha conseguido impulsar el pecho.
Vuelve a tomar aire. 
Esta vez sus pulmones se abren al invisible oxígeno.

Comienza a caer la noche lentamente, como una sombra alargada que se despliega en el horizonte cubriendo con su oscura capa el mundo exterior.
Con una simple cerilla ilumina la estancia a través de una vela. El chisporroteo del encendido alumbra por un instante su rostro cauteloso, y después la apaga con un soplido. Sólo queda en el ambiente el humo en suspensión. Sonríe.
Le encantan las cerillas, el olor a fósforo es para ella uno de los aromas de su niñez.
Al conjuro de sus dedos, surge en el lugar una luz suavemente dorada.
Una agradable sensación de bienestar la absorbe y relaja.
Por un momento, deja descansar la mirada y permite que la paz que busca llame a su puerta. 

Abre los ojos y también intenta recrear lo mismo con los del alma.
No lo consigue.
Respira hondo de nuevo, buscando una mayor relajación.

Ahora comienzan a flotar por encima de su cabeza los acordes rítmicos de “The Wall”de Pink Floyd. La melodía construye a su alrededor un muro irreal en el que se siente cómoda por un instante. Deja la vista perdida sobre el horizonte, pero ésta se estrella contra la pared más próxima. 
Muro, pared… Siente los límites exteriores como si fueran propios. No puede volar, se le ha olvidado abrir los ojos del corazón.

Observa la llama de la vela.
Esta se mueve plasmando cien formas diferentes.
Esa alegre danza capta su atención. Parece bailar al compás de la balada, embrujada por el solo de guitarra hipnótico que suena en ese momento.
Así se siente. Así es ella… Un alma libre que agita el viento. Siempre moviéndose bajo el impulso de la influencia que le envían otras personas, gentes que a su capricho la hacen adoptar mil estilos, mil maneras. Pero ninguna es totalmente suya.

La llama se para. Parpadea.
Su vida no. Su vida sigue.

Ahora es Fito Paez quien entona “Me equivoqué otra vez”.El destino, juguetón, elige las canciones para hablarle de su vida.
Por enésima vez se queda mirando la llama de la vela, esta vez ella parece devolverle la mirada.
Le habla.
A Marlén le gusta lo que dice.
La invade una oleada de paz, más placentera por buscada. Cierra los ojos y se abandona a ella.

¿Alguna vez has escuchado una vela?
No dejes de hacerlo.
Te hablará de ti.  
Liberará tus pensamientos. 
Inventará la manera de que escuches a tu corazón.

Marlén abre nuevamente los ojosy, para su sorpresa, se da cuenta de que ve exactamente lo mismo que cuando los tenía cerrados.
Piensa en el futuro, aunque es consciente de que el futuro no piensa en ella.
Curiosamente van unidos y aun no se conocen.

Respira.
Observa la llama, ésta le sonríe.
Deja de mirar la llama. De repente siente extraño desazón.
Detiene sus pensamientos y sigue de cerca a esa sensación que la asalta.
Con sorpresa se da cuenta de que son sus zapatos los que realmente le aprietan el alma.
No sabe cómo descalzarse.
Niega con la cabeza.
La llama le ha dado la idea. 
Creará un jardín. Sí, su propio jardín.
Un jardín en el que caminará descalza, sintiendo la energía que surge del suelo.
Pero no tendrá enanitos, ni lo forjará sobre la tierra. Lo engendrará sobre las cenizas de su alma. Sobre todas las cosas que creyó muertas y sólo están dormidas en el sueño de las dudas.
Será un jardín que le regale cada día diez flores, diez olores, diez ilusiones.
Será un jardín que le recuerde a ti.


La trama Jorgiana