miércoles, 24 de octubre de 2018

La llama de Marlén


Marlén hoy se siente pensativa y sombría, por ello desea contarte lo que mora en su mente.
Sé que tú tal vez no dispones de tiempo suficiente o, simplemente no sientes ganas de escuchar lo que se agita en sus entrañas. 
Es lógico. 
¿A quién le tienta escuchar la historia de los demás?
Aunque… pensándolo bien. ¡Qué curioso! Sus problemas tal vez no son muy desiguales de los tuyos.
Da igual… A quién le importa ¿verdad?
Pero para ella sí será importante que la escuches. Será una pequeña terapia. 
Un espejo en el qué reflejarse, y quizás en el que tú también descubras una imagen nueva.
Por si quieres saber te diré que…

Ella hoy se aísla de todo y de todos, va en busca de una obligada soledad. Necesita esconderse y allí buscar un refugio.
Su refugio. 
Precisa aislarse del mundanal barullo exterior, ya que su propio ruido interior, en este instante, resulta atronador para sus sentidos.

Lo encuentra. 
Éste es un habitáculo pequeño, construido con maderas nobles y tela de saco.
Acomoda en su terminal móvil una melodía que endulza el ambiente. Es música de los ochenta, y ella en este momento, anhela aquellos recuerdos de perdida juventud. Siente que la melancolía casa bien con la nostalgia, y las canciones de su recuerdo la transportan a tiempos que ahora se le antojan más felices.
Toma aire. Este huele a humedad y hojas secas. Se da cuenta que, en el intento, apenas ha conseguido impulsar el pecho.
Vuelve a tomar aire. 
Esta vez sus pulmones se abren al invisible oxígeno.

Comienza a caer la noche lentamente, como una sombra alargada que se despliega en el horizonte cubriendo con su oscura capa el mundo exterior.
Con una simple cerilla ilumina la estancia a través de una vela. El chisporroteo del encendido alumbra por un instante su rostro cauteloso, y después la apaga con un soplido. Sólo queda en el ambiente el humo en suspensión. Sonríe.
Le encantan las cerillas, el olor a fósforo es para ella uno de los aromas de su niñez.
Al conjuro de sus dedos, surge en el lugar una luz suavemente dorada.
Una agradable sensación de bienestar la absorbe y relaja.
Por un momento, deja descansar la mirada y permite que la paz que busca llame a su puerta. 

Abre los ojos y también intenta recrear lo mismo con los del alma.
No lo consigue.
Respira hondo de nuevo, buscando una mayor relajación.

Ahora comienzan a flotar por encima de su cabeza los acordes rítmicos de “The Wall”de Pink Floyd. La melodía construye a su alrededor un muro irreal en el que se siente cómoda por un instante. Deja la vista perdida sobre el horizonte, pero ésta se estrella contra la pared más próxima. 
Muro, pared… Siente los límites exteriores como si fueran propios. No puede volar, se le ha olvidado abrir los ojos del corazón.

Observa la llama de la vela.
Esta se mueve plasmando cien formas diferentes.
Esa alegre danza capta su atención. Parece bailar al compás de la balada, embrujada por el solo de guitarra hipnótico que suena en ese momento.
Así se siente. Así es ella… Un alma libre que agita el viento. Siempre moviéndose bajo el impulso de la influencia que le envían otras personas, gentes que a su capricho la hacen adoptar mil estilos, mil maneras. Pero ninguna es totalmente suya.

La llama se para. Parpadea.
Su vida no. Su vida sigue.

Ahora es Fito Paez quien entona “Me equivoqué otra vez”.El destino, juguetón, elige las canciones para hablarle de su vida.
Por enésima vez se queda mirando la llama de la vela, esta vez ella parece devolverle la mirada.
Le habla.
A Marlén le gusta lo que dice.
La invade una oleada de paz, más placentera por buscada. Cierra los ojos y se abandona a ella.

¿Alguna vez has escuchado una vela?
No dejes de hacerlo.
Te hablará de ti.  
Liberará tus pensamientos. 
Inventará la manera de que escuches a tu corazón.

Marlén abre nuevamente los ojosy, para su sorpresa, se da cuenta de que ve exactamente lo mismo que cuando los tenía cerrados.
Piensa en el futuro, aunque es consciente de que el futuro no piensa en ella.
Curiosamente van unidos y aun no se conocen.

Respira.
Observa la llama, ésta le sonríe.
Deja de mirar la llama. De repente siente extraño desazón.
Detiene sus pensamientos y sigue de cerca a esa sensación que la asalta.
Con sorpresa se da cuenta de que son sus zapatos los que realmente le aprietan el alma.
No sabe cómo descalzarse.
Niega con la cabeza.
La llama le ha dado la idea. 
Creará un jardín. Sí, su propio jardín.
Un jardín en el que caminará descalza, sintiendo la energía que surge del suelo.
Pero no tendrá enanitos, ni lo forjará sobre la tierra. Lo engendrará sobre las cenizas de su alma. Sobre todas las cosas que creyó muertas y sólo están dormidas en el sueño de las dudas.
Será un jardín que le regale cada día diez flores, diez olores, diez ilusiones.
Será un jardín que le recuerde a ti.


La trama Jorgiana




lunes, 22 de octubre de 2018

Nostalgia


La luz de octubre se desliza a través de la ventana, ésta se muestra tamizada sólo a medias por las cortinas desplegadas. Su brillo recuerda al tenue fulgor del sol destilado entre las ramas de un bosque de castaños.
Me recreo en mis pensamientos, mientras en mi boca se dibuja media sonrisa.
“¿Por qué de castaños? ¿Cómo puedo llegar a figurarme algo tan concreto?”
Quizá porque son los primeros árboles que recuerdo, de entre todas las imágenes que pueblan mi niñez. Hojas anchas, llenas de venas abultadas, matizadas por el color cobrizo o marrón del estío… la luz que filtran esas hojas es siempre ocre, pero cálida. 
Sin duda, la luz de mis recuerdos.

Hoy, después de postergarlo en infinidad de ocasiones, me he decidido a ordenar todos mis papeles. Y cuando digo todos mis papeles, me refiero a la catacumba en la que a veces se convierte mi mesa de trabajo, en la que, lamentablemente, se prioriza lo urgente sobre lo importante, dando como resultado un caos digno de un huracán. Hasta el punto en el que el simple hecho de buscar un determinado papel puede convertirse en una labor de paleontólogo especializado en el antiguo Egipto.
Bromas aparte, una pequeña limpieza hará que me ponga al día de todos los asuntos que tengo pendientes, y me proporcionará una sensación de paz incomparable… sobre todo la próxima vez que tenga que buscar algo en ella.

Consigna inexcusable: sin piedad.
Aparto a mi izquierda los papeles que carecen de importancia, y a la derecha los que pueden tenerla. A través de ese filtro, aterrizan en la parcela diestra documentos recientes, que voy reteniendo en mi memoria a trazos gruesos, clasificando inconscientemente temáticas o asuntos. En la siniestra, publicidad, folletos y papeles secundarios se amontonan en modo informe, como una pirámide construida por esclavos cansados de los caprichos de su faraón. El ejemplo anterior del paleontólogo egiptólogo no era en vano.
Los primeros movimientos son mecánicos. Impersonales. Como si estuvieran instruidos por una autoridad superior que guiara mis actos. Pero a medida que ambos montones aumentan de tamaño, la velocidad se ralentiza y mis ojos picotean aquí y allá en el contenido de los papeles escogidos.
Hasta que se detienen en uno concreto. Uno, uno sólo, doblado en dos.
Lo sostengo entre mis dedos, sorprendida. Ha emergido ante mi mirada distraída, exigiendo de ella mayor atención, como un anuncio de vivos colores que surge en una pantalla publicitaria en el intrincado horizonte de un skyline urbano.

Pensativa, me recuesto en la silla, interrumpiendo la tarea de limpieza. Realmente, debería decir olvidándola por completo. Miro hacia la ventana, hacia esa luz de mis recuerdos. 
Luz y recuerdos que se concentran en un simple papel, como si fuera una hoja de un árbol del jardín de mi pasado, desprendida de una rama al alcance de la mano. Una hoja llena de venas abultadas en las que aún laten sentimientos que creía olvidados.
Mis pensamientos vuelan tras las cortinas, en tu busca.

Hablo contigo como si aún estuvieras aquí, a mi lado, aunque bien sé que no es así.
Tengo en mis manos tu última carta.
Se la muestro a tu imagen a través de mis ojos, para que en ellos veas la inmensa nostalgia que invoca en mí el mero hecho de dejarla reposar sobre mi regazo.
A través de sus líneas de caligrafía estilizada, aunque a veces intrincada, te despediste de mí. No hubo más palabras que las escritas por tu mano, pero quedaron para siempre grabadas en mi memoria. Podría reproducir frases y expresiones de modo literal, sin necesidad de leerlas directamente de la carta.
Carta, hojas, recuerdos, luz… todos ellos forman parte del pasado, aunque viajen conmigo cada día. Tan sólo se ocultan temporalmente.
Lo hacen bajo montones de papeles.
Bajo capas de hojas secas que caen con deliciosa lentitud desde la copa de los árboles.
Bajo el tiempo que ha pasado y que de pronto regresa a mí convocado por tu evocación.

Con un gesto lento, tan lento como las hojas de otoño que regresan a la tierra, deposito la carta en el montón derecho (quia pulvis est, polvo eres, al polvo volverás).
Así la hago regresar a la tierra, en su caso a la tierra del presente, aunque pertenezca al pasado.
Será una hoja perenne en un mundo de hojas caducas.
Será un tributo a la nostalgia.
Un otoño en mi memoria.

La trama Jorgiana

domingo, 21 de octubre de 2018

Bocas del tiempo



Hace unos cuatro mil quinientos millones de años,
año más, año menos,
una estrella enana escupió un planeta,
que actualmente responde al nombre de Tierra.

Hace unos cuatro mil doscientos millones de años,
la primera célula bebió el caldo del mar, y le gustó,
y se duplicó para tener a quién convidar el trago.

Hace unos cuatro millones y pico de años,
la mujer y el hombre, casi monos todavía,
se alzaron sobre sus patas y se abrazaron,
y por primera vez tuvieron la alegría y el pánico de verse,
cara a cara, mientras estaban en eso.

Hace unos cuatrocientos cincuenta mil años,
la mujer y el hombre frotaron dos piedras
y encendieron el primer fuego,
que los ayudó a pelear contra el miedo y el frío.

Hace unos trescientos mil años,
la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras,
y creyeron que podían entenderse.

Y en eso estamos, todavía:
queriendo ser dos,
muertos de miedo,
muertos de frío,
buscando palabras.


Bocas del tiempo
Eduardo Galeano

jueves, 18 de octubre de 2018

Tenemos que hablar...

   

-           Tenemos que hablar…– Escuchó decir a su marido.
Esas son las últimas palabras que su mente es capaz de recordar.
Es una expresión inquietante. 
Dura.
Genera ansiedad. 
Detrás de estas palabras siempre viene un posible tropiezo, una contrariedad, una decepción.

Ahora, acostada sobre las sábanas en la soledad de aquella cama, sólo atesora la compañía de un inmenso dolor de cabeza.
Aprieta los párpados intentando recordar. Una maraña confusa de pensamientos inconexos se entrecruza en su memoria.
-           Tenemos que hablar, esto no puede ser…

No hay más palabras en su mente. El hilo del diálogo se tensa y se rompe como la cuerda de un violín.
A partir de ahí, solo oscuridad. 
Abre los ojos. Los párpados le pesan un mundo. Sólo ve una nebulosa que poco a poco se aclara hasta revelar el contorno de los objetos que la rodean.
Intenta mover sus piernas… “¿Qué es esto?” – Piensa.
Su cerebro le dice que las rodillas se han plegado, pero sus ojos le indican que las piernas no se han movido.

-           Tenemos que hablar, esto no puede ser ¿es que no te das cuenta…? – Son las palabras que pronunció su marido. Pequeños retazos de la conversación llegan a ella en oleadas que de pronto se interrumpen de modo abrupto. 
Toma aire. Le cuesta respirar… “Pero ¿darme cuenta de qué?
La luminosidad le ciega los ojos. El sol entra a través de la ventana y se refleja en el blanco inmaculado de la pared.
Luz, demasiada luz que hace daño.
Escucha…
“Beep – Beep – Beep…”  

Es un sonido rítmico que emerge del lado de la cama. 

-           Tenemos que hablar, esto no puede ser ¿es que no te das cuenta que así no conseguirás nada?...
El hombre la observa con el gesto serio. Contrariado. En su mano porta un objeto que ella en su memoria no es capaz de ver.
Cierra los ojos para intentar acordarse … 
“No, no ¡no puedo!”
Su mente ha borrado el recuerdo.
Le duele la cabeza, y nota que cuanto más intenta forzar su memoria, más aumenta el dolor. Pero ya no puede parar.
Es un camino de una única vía: hacia delante.

-           Tenemos que hablar, esto no puede ser ¿Es que no te das cuenta que así no conseguirás nada? Tenemos que buscar otra solución a esto…
Consigue verlo. 
Está situado ante ella. 
Porta en la mano un gran bate de beisbol.
Su mirada es dura, penetrante.
Una especie de niebla lo cubre todo.

“Beep – Beep – Beep…”  
El sonido rítmico sigue a su lado. Gira la cabeza. Percibe que algo no va bien, sus ojos siguen mirando al techo… “¿Qué me ocurre?”
Vuelve a virar la cabeza. La contemplación sigue fija sobre la bóveda situada sobre su cama.
Levanta su mano derecha y la lleva ante sus ojos. Pero no la ve… “¿Por qué? – Se pregunta cada vez más inquieta.

Vuelve otra oleada de palabras a su cabeza. Suenan como la narración en off de una película.
-           Tenemos que hablar, esto no puede seguir así ¿Es que no te das cuenta que así no conseguirás nada? Tenemos que buscar otra solución a esto… ¿Qué haces? ¡Quieta! Noooo…
Una lágrima rebosante de agotamiento se asoma al balcón de sus ojos. 
Ésta es salada. 
Es dulce. 
Es sombría. 
Se desliza lentamente recorriendo su mejilla, como una gota de miel, hasta alcanzar la almohada.

De forma abrupta vuelven los recuerdos. El hilo se estira, se enreda, se tensa y desenrolla de pronto, descubriendo toda la escena.
-           Tenemos que hablar, esto no puede seguir así ¿Es que no te das cuenta que así no tenemos futuro? Ella siempre se interpondrá entre nosotros… ¿Qué haces? ¡Quieta! Noooo… ¿Te has vuelto loca?
Un estallido resuena al lado de su cabeza.
Su marido se tambalea. 
Una mancha roja del tamaño de un botón brota de su pecho. El bate de beisbol cae al suelo, inerte, dejando un seco sonido a madera que rebota y se multiplica entre el eco del estruendo.
La mira con los ojos en blanco.
Sus rodillas se doblan. Aparenta que va a suplicarle algo. 
Pero no lo hace. 
La mancha escarlata se extiende lentamente sobre la camisa, como si se hubiese derramado sobre ella una copa de vino.

Una nueva detonación surca la habitación. Otro fogonazo, una sacudida y un calor abrasador invade el pecho femenino.
Tal vez no fue ese el orden de los acontecimientos, ella ahora no lo retiene con claridad. Tampoco le importa.
El hilo se rompe definitivamente.
Luego… luego llega la oscuridad.

-           Tenemos que hablar… - sabe que dijo alguien. 
El eco sordo de las palabras se pierde entre otras resonancias extrañas que la asaltan. En ese inmenso túnel de oscuridad, surge de pronto un sonido aún más fuerte que va ganando protagonismo ante la reminiscencia, hasta ahogarla en lo más profundo de su cabeza.

La máquina situada al lado de su cama grita…
-           “Beeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeep”


La trama Jorgiana