En el infierno de lo que pudo ser y no fue, habita el desconcierto.
Ingenuo e inocente como el primer amor, sabe desplegar sus alas hasta el más recóndito e insignificante ámbito de la existencia, convirtiendo la probabilidad en posibilidad, y la posibilidad en incertidumbre.
Con su sola existencia, reduce a niebla todo lo que antes era luz.
Piénsalo por un momento…
¿Cuántas cosas pudieron ser y no fueron?
En el marcador mental de tu vida, ¿cuántas partidas figuran como perdidas?
Y con ello no sólo me refiero al incoherente mundo de los afectos, ese abismo oscuro y profundo al que siempre nos asomamos con temor reverencial. Me refiero a todo lo que nos rodea y es susceptible de cambio.
A las decisiones trascendentales no meditadas y a las equivocaciones inesperadas.
Al silencio de las frases pensadas y no pronunciadas.
A la soledad impuesta e involuntaria que germina cuando menos la necesitamos.
A la incomprensión que acecha a cada gesto y cada palabra.
Al horror vacuiante una hoja en blanco, mapa intrincado de caminos virtuales que podríamos tomar durante el curso de una vida.
Al fracaso de las buenas intenciones que naufragan en la orilla del anochecer de nuestros días.
A las dudas y las preguntas… sí, esas que acompañan cada uno de nuestros pasos, y que se redoblan ante un cruce de carreteras.
Ante todo ello…
¿Qué camino tomar?
¿Qué alternativa escoger?
Poco importa ¿verdad?
Porque nuevamente, con tu decisión, alimentarás el fuego del infierno de lo que pudo ser y no fue.
Crearás una nueva incertidumbre al servicio del desconcierto.
Una nueva hoja en blanco en la que no sabrás qué escribir.
Sí, sin duda… En el infierno de lo que pudo ser y no fue, habita el desconcierto.
La trama Jorgiana
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