- Tenemos que hablar…– Escuchó decir a su marido.
Esas son las últimas palabras que su mente es capaz de recordar.
Es una expresión inquietante.
Dura.
Genera ansiedad.
Detrás de estas palabras siempre viene un posible tropiezo, una contrariedad, una decepción.
Ahora, acostada sobre las sábanas en la soledad de aquella cama, sólo atesora la compañía de un inmenso dolor de cabeza.
Aprieta los párpados intentando recordar. Una maraña confusa de pensamientos inconexos se entrecruza en su memoria.
- Tenemos que hablar, esto no puede ser…
No hay más palabras en su mente. El hilo del diálogo se tensa y se rompe como la cuerda de un violín.
A partir de ahí, solo oscuridad.
Abre los ojos. Los párpados le pesan un mundo. Sólo ve una nebulosa que poco a poco se aclara hasta revelar el contorno de los objetos que la rodean.
Intenta mover sus piernas… “¿Qué es esto?” – Piensa.
Su cerebro le dice que las rodillas se han plegado, pero sus ojos le indican que las piernas no se han movido.
- Tenemos que hablar, esto no puede ser ¿es que no te das cuenta…? – Son las palabras que pronunció su marido. Pequeños retazos de la conversación llegan a ella en oleadas que de pronto se interrumpen de modo abrupto.
Toma aire. Le cuesta respirar… “Pero ¿darme cuenta de qué?
La luminosidad le ciega los ojos. El sol entra a través de la ventana y se refleja en el blanco inmaculado de la pared.
Luz, demasiada luz que hace daño.
Escucha…
“Beep – Beep – Beep…”
Es un sonido rítmico que emerge del lado de la cama.
- Tenemos que hablar, esto no puede ser ¿es que no te das cuenta que así no conseguirás nada?...
El hombre la observa con el gesto serio. Contrariado. En su mano porta un objeto que ella en su memoria no es capaz de ver.
Cierra los ojos para intentar acordarse …
“No, no ¡no puedo!”
Su mente ha borrado el recuerdo.
Le duele la cabeza, y nota que cuanto más intenta forzar su memoria, más aumenta el dolor. Pero ya no puede parar.
Es un camino de una única vía: hacia delante.
- Tenemos que hablar, esto no puede ser ¿Es que no te das cuenta que así no conseguirás nada? Tenemos que buscar otra solución a esto…
Consigue verlo.
Está situado ante ella.
Porta en la mano un gran bate de beisbol.
Su mirada es dura, penetrante.
Una especie de niebla lo cubre todo.
“Beep – Beep – Beep…”
El sonido rítmico sigue a su lado. Gira la cabeza. Percibe que algo no va bien, sus ojos siguen mirando al techo… “¿Qué me ocurre?”
Vuelve a virar la cabeza. La contemplación sigue fija sobre la bóveda situada sobre su cama.
Levanta su mano derecha y la lleva ante sus ojos. Pero no la ve… “¿Por qué? – Se pregunta cada vez más inquieta.
Vuelve otra oleada de palabras a su cabeza. Suenan como la narración en off de una película.
- Tenemos que hablar, esto no puede seguir así ¿Es que no te das cuenta que así no conseguirás nada? Tenemos que buscar otra solución a esto… ¿Qué haces? ¡Quieta! Noooo…
Una lágrima rebosante de agotamiento se asoma al balcón de sus ojos.
Ésta es salada.
Es dulce.
Es sombría.
Se desliza lentamente recorriendo su mejilla, como una gota de miel, hasta alcanzar la almohada.
De forma abrupta vuelven los recuerdos. El hilo se estira, se enreda, se tensa y desenrolla de pronto, descubriendo toda la escena.
- Tenemos que hablar, esto no puede seguir así ¿Es que no te das cuenta que así no tenemos futuro? Ella siempre se interpondrá entre nosotros… ¿Qué haces? ¡Quieta! Noooo… ¿Te has vuelto loca?
Un estallido resuena al lado de su cabeza.
Su marido se tambalea.
Una mancha roja del tamaño de un botón brota de su pecho. El bate de beisbol cae al suelo, inerte, dejando un seco sonido a madera que rebota y se multiplica entre el eco del estruendo.
La mira con los ojos en blanco.
Sus rodillas se doblan. Aparenta que va a suplicarle algo.
Pero no lo hace.
La mancha escarlata se extiende lentamente sobre la camisa, como si se hubiese derramado sobre ella una copa de vino.
Una nueva detonación surca la habitación. Otro fogonazo, una sacudida y un calor abrasador invade el pecho femenino.
Tal vez no fue ese el orden de los acontecimientos, ella ahora no lo retiene con claridad. Tampoco le importa.
El hilo se rompe definitivamente.
Luego… luego llega la oscuridad.
- Tenemos que hablar… - sabe que dijo alguien.
El eco sordo de las palabras se pierde entre otras resonancias extrañas que la asaltan. En ese inmenso túnel de oscuridad, surge de pronto un sonido aún más fuerte que va ganando protagonismo ante la reminiscencia, hasta ahogarla en lo más profundo de su cabeza.
La máquina situada al lado de su cama grita…
- “Beeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeep”
La trama Jorgiana
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