lunes, 22 de octubre de 2018

Nostalgia


La luz de octubre se desliza a través de la ventana, ésta se muestra tamizada sólo a medias por las cortinas desplegadas. Su brillo recuerda al tenue fulgor del sol destilado entre las ramas de un bosque de castaños.
Me recreo en mis pensamientos, mientras en mi boca se dibuja media sonrisa.
“¿Por qué de castaños? ¿Cómo puedo llegar a figurarme algo tan concreto?”
Quizá porque son los primeros árboles que recuerdo, de entre todas las imágenes que pueblan mi niñez. Hojas anchas, llenas de venas abultadas, matizadas por el color cobrizo o marrón del estío… la luz que filtran esas hojas es siempre ocre, pero cálida. 
Sin duda, la luz de mis recuerdos.

Hoy, después de postergarlo en infinidad de ocasiones, me he decidido a ordenar todos mis papeles. Y cuando digo todos mis papeles, me refiero a la catacumba en la que a veces se convierte mi mesa de trabajo, en la que, lamentablemente, se prioriza lo urgente sobre lo importante, dando como resultado un caos digno de un huracán. Hasta el punto en el que el simple hecho de buscar un determinado papel puede convertirse en una labor de paleontólogo especializado en el antiguo Egipto.
Bromas aparte, una pequeña limpieza hará que me ponga al día de todos los asuntos que tengo pendientes, y me proporcionará una sensación de paz incomparable… sobre todo la próxima vez que tenga que buscar algo en ella.

Consigna inexcusable: sin piedad.
Aparto a mi izquierda los papeles que carecen de importancia, y a la derecha los que pueden tenerla. A través de ese filtro, aterrizan en la parcela diestra documentos recientes, que voy reteniendo en mi memoria a trazos gruesos, clasificando inconscientemente temáticas o asuntos. En la siniestra, publicidad, folletos y papeles secundarios se amontonan en modo informe, como una pirámide construida por esclavos cansados de los caprichos de su faraón. El ejemplo anterior del paleontólogo egiptólogo no era en vano.
Los primeros movimientos son mecánicos. Impersonales. Como si estuvieran instruidos por una autoridad superior que guiara mis actos. Pero a medida que ambos montones aumentan de tamaño, la velocidad se ralentiza y mis ojos picotean aquí y allá en el contenido de los papeles escogidos.
Hasta que se detienen en uno concreto. Uno, uno sólo, doblado en dos.
Lo sostengo entre mis dedos, sorprendida. Ha emergido ante mi mirada distraída, exigiendo de ella mayor atención, como un anuncio de vivos colores que surge en una pantalla publicitaria en el intrincado horizonte de un skyline urbano.

Pensativa, me recuesto en la silla, interrumpiendo la tarea de limpieza. Realmente, debería decir olvidándola por completo. Miro hacia la ventana, hacia esa luz de mis recuerdos. 
Luz y recuerdos que se concentran en un simple papel, como si fuera una hoja de un árbol del jardín de mi pasado, desprendida de una rama al alcance de la mano. Una hoja llena de venas abultadas en las que aún laten sentimientos que creía olvidados.
Mis pensamientos vuelan tras las cortinas, en tu busca.

Hablo contigo como si aún estuvieras aquí, a mi lado, aunque bien sé que no es así.
Tengo en mis manos tu última carta.
Se la muestro a tu imagen a través de mis ojos, para que en ellos veas la inmensa nostalgia que invoca en mí el mero hecho de dejarla reposar sobre mi regazo.
A través de sus líneas de caligrafía estilizada, aunque a veces intrincada, te despediste de mí. No hubo más palabras que las escritas por tu mano, pero quedaron para siempre grabadas en mi memoria. Podría reproducir frases y expresiones de modo literal, sin necesidad de leerlas directamente de la carta.
Carta, hojas, recuerdos, luz… todos ellos forman parte del pasado, aunque viajen conmigo cada día. Tan sólo se ocultan temporalmente.
Lo hacen bajo montones de papeles.
Bajo capas de hojas secas que caen con deliciosa lentitud desde la copa de los árboles.
Bajo el tiempo que ha pasado y que de pronto regresa a mí convocado por tu evocación.

Con un gesto lento, tan lento como las hojas de otoño que regresan a la tierra, deposito la carta en el montón derecho (quia pulvis est, polvo eres, al polvo volverás).
Así la hago regresar a la tierra, en su caso a la tierra del presente, aunque pertenezca al pasado.
Será una hoja perenne en un mundo de hojas caducas.
Será un tributo a la nostalgia.
Un otoño en mi memoria.

La trama Jorgiana

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